viernes, 11 de septiembre de 2009

Capitulo II

2.- EL AMIGO DE CELEDONIO

La vida es bella ya verás...


Tengo ganas de vomitar, que esta terrible presión en mi cabeza, como morsa oxidada, ponga fin a la interminable noche. Esta noche que me atrapa, que me toma prisionero de una realidad que se escapa, sin poder yo, escapar de ella. He probado con unas pequeñas pastillas celestes que a pesar de su color, el prospecto promete un sueño profundo. Mas estas noches de fármacos y cigarros, y papeles y lápices siguen siendo interminables.

Cuando de repente entre la soledad de mi boca seca, de mis riñones fríos y punzantes por la madrugada, acecha el sol con sus ofrendas, todo en mi es profunda vergüenza. ¡Si me escuchara Pessoa, o Blanchot o nadie, si yo pudiera escucharme! Solo puedo dejar que el disparo sea eterno como estas noches, como este insomnio.

Estas hojas no valen nada, porque este lápiz no vale nada, porque este lápiz sobre esta hoja no vale nada. Y porque estas manos que escriben, no saben que trabajan para algo, para alguien que fatalmente cree que a veces, él vale algo.

Odio el día. Odio la gente de día. Odio las plazas, los autos, las oficinas, las calles y los bares. Odio la noche, odio ésta noche porque recuerdo las plazas, los autos, las oficinas, las calles y los bares.

Ahora sale el sol, y yo no quiero odiar. Entonces duermo. Y sueño con plazas y con autos, y con oficinas... pero acá no hay noche, no hay día. Despierto y no quiero despertar porque odio este insomnio que es mi vida desparramada sobre la mesa sucia del algún bar de día. Ya no puedo leer. Estoy asustado. El insecto amenaza con su vuelo arriesgado en su afán de alimentarse, y estoy seguro que no se atrevería a picarme por miedo a que mi sangre lo infecte de engaños, de silencios y una soledad que pasea por mi cuerpo con la fuerza incontrolable de la metástasis. Los riñones me duelen, las muelas se quiebran y con sólo caminar me fatigo. ¡Que el cuerpo enmudezca de repente! Quédate quieto pequeño insecto, porque en vos está la vida sencilla, la inocencia y la culpa de Dios. No nos conocemos. No te acerques, no te atrevas a tocarme que la enfermedad me corre por dentro. Temo por tu especie y por la mía. No te acerques. No más. No me enredes en ésta habitación con tu vuelo disimulado y amenazante, con tu sonido eléctrico, que siento las paredes caer sobre nosotros y quizás no pueda pensar en detenerlas, y así finalice tu existencia aplastado entre gigantescos escombros y un cuerpo enmohecido por el miedo azul, intentando tú haberte alimentado impunemente de una muerte más lenta, más digna. No te acerques, tu no lo sabes, pero yo sí. Yo tengo la certeza de la enfermedad desconocida e inconclusa. No te acerques. Por favor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario