6 - LA FAMILIA
Soy Celedonio Flores. Nací en congreso. Tengo 43 años. Alto, de pelo corto.
Otra vez Buenos Aires parece olvidar que vivo acá. Que cuando llueve en esta ciudad no hay nadie que tenga donde ir. La escenografía perfecta para un film de posguerra.
Mi habitación es más chica que la que tenía cuando era pibe. Todo se fue reduciendo. Mis amigos muertos, los abandonados, las mujeres que no quise, y a vos que te quise tanto. La sangre de una nariz arruinada por el insomnio que tiñó el baño de la pizzería de Nazca y Gaona, junto a la hinchada de Argentinos Juniors que siempre paraban en la misma mesa y las servilletas que no alcanzan para apagar el fuego. El olvido de un pueblo que alguna vez vivió y creó. ¿Que el tiempo nos pasó por delante? Baahh...
Lugano 1 y 2, a las seis de la tarde, visto desde arriba parece un monumento de todo lo que no pudo ser, tantas ventanas que podrían haber sido saludos y bienvenidas a familiares o amigos con facturas y tortas en sus manos, hoy son invitaciones para adolescentes maltratadas o madres pequeñitas a saltar para finalizar esa presión en el pecho que suda la marginalidad. Vigas hechas de dolor en un barrio alguna vez pensado para esa pequeña felicidad por la que tanto lucharon.
Torre 6, piso 17, departamento H. Este es el timbre.
Ella nació y repentinamente se encontraba sobre los brazos de su madre. Lloró y durmió en diferentes órdenes, hasta que se acostumbró.
Mas tarde apoyó los pies en la tierra y transitó el desconcierto. Sus pasos eran borrados por los mismos pasos que volvían sobre sí, y así transcurría su mundo.
Las trampas que siembra la tierra fueron lastimando el rostro olvidado por la partera, su madre y su padre. Temerosa de dar un solo paso más, aprendió a elevar los pies simultáneamente, flotó sobre el mundo, que sigue girando sin importar quien lleva sobre su cáscara.
-Elsa soy yo.- dijo con las piernas tan cansadas que la mejilla y la punta de los labios chocaban contra el frío metal bronce oxidado que había por portero eléctrico.
-…-
-¿Puedo pasar a saludarte?-
Sonó el chirrido de la puerta, la empujó y caminó hasta el ascensor.
El ascensor del monoblock es un ambiente más dentro de toda la ciudad que son los departamentos y los pasillos. En las puertas, los espejos y las paredes del ascensor se refugian las expresiones de una generación aburrida y dormida por el encierro. Por las noches funciona como habitación y los jóvenes desnudan sus amores y odios entre espejos pintados por el aerosol y marcadores indelebles.
La luz es tenue en el pasillo que desemboca en la puerta de Elsa. Pintadas, chicos desparramados empujando el tiempo. Celedonio golpea la puerta.
-¿Cómo estás?- Dice Elsa, mientras se acomoda el pelo aplastado por la almohada.
Celedonio cruza la puerta, beso en la mejilla a Elsa, y se acomoda rápidamente en el sillón frente al televisor.
-Bien, un poco cansado, pero bien, ¿Vos?- Celedonio enmudece el volumen de la tele, no saca la vista del novelón de la tarde.
-Nosotras estamos bien- Dijo mientras se estiraba un poco la blusa a la altura de los pechos. -Hoy nos despertamos tarde, porque nos quedamos viendo tele hasta muy tarde y charlamos tantas cosas-.
-Elsa…-
-Cele- Interrumpió. -¿Vos como estas? ¿Cómo está Eduardo?-
Mirando el techo, reposando el cuello en el borde del sillón, contestó en voz baja: -Eduardo está desmejorado, hablando de cosas que él solo entiende o recuerda, tomando mucha medicación, mezclándola con mierdas, por lo tanto no hay una evolución visible, de todas formas tiene un muy buen humor por las tardes. A la noche tiene recaídas, y se encierra en su habitación. No se puede pisar el barrio cuando está así.-
-¿Y vos?-
- No sé, siempre igual.
-¿Que es eso de que viste dos putas…? ¿Asesinadas?
- Sí. Mataron dos chicas al lado mío. Sé quien fue, quizás le haga una visita.
-Estás loco, vos siempre te metés en quilombos.- ¿Tomás unos mates?
Celedonio la miró a los labios, pensó en irse. -Bueno, dale, dijo rascándose la parte de atrás de la oreja.
Se sentaron alrededor de una mesa redonda de madera color amarillo clarito en la diminuta cocina. Un mantelcito, la pava y el mate. En el centro las galletitas de agua con manteca y sal. El sol se escondía por detrás de los edificios opacos de Villa Lugano.
A Elsa se le habían profundizado los gestos de la cara. La boca se torcía cuando quedaba en silencio y el labio superior temblaba constantemente, al mismo ritmo que pestañeaba. El resto del cuerpo seguía con sutil coincidencia su rostro. La mano izquierda tensa, siempre contra el codo del brazo derecho.
-¿Querés verla un rato? Se va a poner contenta.- Los ojos se transformaron en el viejo vitraux de la iglesia de Flores, arruinado por el sol y la mugre. El pómulo derecho endureció con vista hacia arriba, y rápidamente, como con las piernas quebradas se dirigió hacia la puerta de la habitación.
Celedonio se levantó de la mesa, y caminó por el comedor. Miró por la ventana hacia abajo y luego se recostó en el sillón.
Elsa salió de la habitación llorando. Sus brazos en posición como si sobre ellos durmiera un bebito recién nacido. El rostro estaba suavemente tendido hacia los brazos, como mirando al bebé más hermoso de Lugano.
Celedonio gritó: -¡No te das cuenta que estás loca!-
Se abalanzó sobre ella y le cruzó las manos por entre sus brazos, se trenzaron, fuertes las piernas y los hombros cayeron al piso, Elsa gritó: -¡Mi beba, mi beba!, hijo de puta, te voy a matar, hijo de puta. ¿Qué le hiciste?-
Celedonio rompió la unión que habían forjado entre piernas y golpes, y logró dirigirse hasta la puerta. -Estás loca. No hay nada en tus brazos.- Y la puerta se cerró de un golpe.
Ella quedó tirada frente a la televisión acariciando el piso, llevándose los dedos hacia la boca una y otra vez, luego se mordió las rodillas hasta que los dientes crujieron. Sola, durmió en la alfombra verde oscura en el departamento H, piso 17, torre 6 de Lugano 1 y 2.
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