7- LA DECISIÓN
La habitación sudaba la humedad de los hoteles de Congreso. Las caras de las dos chicas volvían sobre él en todas las esperas. Comer, dormir, comer, dormir, comer, dormir. Prendió la radio y brotó la canción que nunca había escuchado: estamos como el amor que se hecha a perder, violamos todo lo que amamos para vivir.
No esperó más. Abrió el cajón de la mesita de luz, agarró la 32 que alguna vez usó para cuidar fábricas y enfiló para el bar. Ya no sabía cómo guardar el arma en la cintura. Pero sí recordaba el frió del acero y se adaptaba fácilmente la palma de la mano a las hendiduras del fierro. Caminar por Congreso ya no era lo mismo. Una sensación de impunidad lo bañó. Los policías eran muñequitos importados de Taiwán. Un respiro, una mirada y los botones terminaban en un saco.
Este hijo de puta me la va a pagar. No sabe a quien metió en el medio.
Entró al bar donde había sucedido el crimen.
-Osvaldo, necesito hablar con vos.- No era el Celedonio de siempre. Se acercó a la barra mirando al encargado, apoyó el brazo y clavó la mirada hacia la cocina.
-Me debés mucha guita Cele.
Celedonio giró el rostro hacia Osvaldo, lo miro fijo y con un solo movimiento se levantó la camisa por dentro del saco mostrando la culata del arma.
-Decime donde lo encuentro al tipo del otro día.
Osvaldo dejo de limpiar la cafetera. Apoyó la rejilla suavemente sobre la barra y el rostro se le empezó a agrietar.
– ¿Qué tipo? Dijo en voz baja.
-¿Querés que entre a la cocina? Decime ya, donde encuentro a ese tal Sergio y me voy silbando.
-¿Celedonio que te pasa? ¿Para qué?
Metió la mano debajo del saco y caminó hacia la cocina.
- Pará, pará. Once. Está en Once.-
Celedonio se calmó, era el de siempre. Se acercó a Osvaldo, a quince centímetros de la nariz del gallego y con un tono conciliador le dijo: La calle Osvaldito, la calle.
-La puta que te parió Cele, Uriburu 255, el hotel se llama “La Hiedra”. No me nombres.
- Quedate tranquilo. Lo que debo te lo pago la semana que viene.
Caminó entre las mesas y el colectivo lo dejó en la esquina del hotel.
Buscó unas monedas del bolsillo para llamar a Eduardo.
-Che, estoy en la esquina del hotel donde parece vive el tipo que mató a las pibas. Venite, trae el fierro y la papa.-
-Cele, vos estas peor que yo, no hagas nada que voy para allá, dame la dirección hijo de puta.-
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